6 AGOSTO 2006. 70ºNORTE
70º y 39´ para ser más exactos. Ésa es la latitud de Hammerfest, la ciudad más septentrional del mundo. Hay otras tres poblaciones de menor entidad en Noruega y en Alaska que le intentan disputar el título, pero Hammerfest es la única que supera los 5.000 habitantes (de hecho tiene más de 10.000) de modo que los "Hammerfestanos arguyen que la suya es la única población de entre las contendientes que puede atribuirse la denominación de ciudad. Yo, "Hammerfestano" de adopción, les apoyo y así de camino puedo presumir de habitar "La Ciudad más Septentrional del Mundo"
En cualquier caso estamos bien entrados en el Círculo Polar Ártico y eso no lo discute nadie, el Polo Norte queda a cosa de 2.000km, en dirección Norte claro. Nadie lo diría. Nada de nieves eternas ni similares. La cálida Corriente del Golfo golpea de lleno a Noruega desde el sur y le proporciona un clima más templado del que le correspondería por su latitud.
Line y yo llegamos en un luminoso día de verano, con una temperatura realmente agradable. Nada más poner los pies al otro lado de la puerta de cristal del aeropuerto Hammerfest nos saluda a su manera: un grupo de renos atraviesa con parsimonia la carretera mientras los conductores se resignan. No hay duda, estamos en Hammerfest.
Proporcionamos al taxista la dirección del apartamento que Line tenía asignado por el hospital, el trayecto fue corto. Tan corto como unos 400m que resultaron ser los que separaban la casa del aeropuerto -alegría para mí, podía ver desde la ventana los aviones aterrizando y despegando-, tardamos más en cargar y descargar el equipaje que en el desplazamiento.
Desde que me bajé del avión lo primero que hice fue mirar alrededor. Me punzaba la curiosidad por saber cómo sería la Naturaleza tan al Norte, no podía esperar a ponerme las botas y pegarme una buena marcha para investigar los alrededores. A simple vista y a esas alturas del año todo era de un verde exuberante. Pero ni un sólo árbol a la vista. El aeropuerto y el área donde íbamos a vivir estaban enclavados en un valle rodeado de pequeñas montañas, sin más vegetación que la que crece a pocos centímetros del suelo.
Lo que me vino inmediatamente a la mente al contemplar el paisaje fueron la imagen tradicional de las Highlands escocesas. No me estrañaría ver tanto a William Wallace cómo Connor McLeod correteando por aquí con su falda a cuadros y su espada a la espalda, y yo me uniría encantado. Es el paisaje típico de tapete verde con afloraciones de piedra gris oscuro que contrasta con el gélido azul oscuro del mar dónde, como todos saben, es obligatorio que desemboque todo paisaje de reminiscencias celtas. Si es en un acantilado, mejor. Paisaje muy agreste y ondulado pero no especialmente escarpado, habitualmente sumido en una bruma húmeda de nubes bajas que acarician las lomas más altas. Nubes rotas que permiten pasar rayos de sol para crear islotes de luminosidad sobre las praderas y lluvía de destellos sobre las abundantes lagunas, charcas y riachuelos.
Un paisaje perfecto para el caminante. Y es todo mío.
En cualquier caso estamos bien entrados en el Círculo Polar Ártico y eso no lo discute nadie, el Polo Norte queda a cosa de 2.000km, en dirección Norte claro. Nadie lo diría. Nada de nieves eternas ni similares. La cálida Corriente del Golfo golpea de lleno a Noruega desde el sur y le proporciona un clima más templado del que le correspondería por su latitud.
Line y yo llegamos en un luminoso día de verano, con una temperatura realmente agradable. Nada más poner los pies al otro lado de la puerta de cristal del aeropuerto Hammerfest nos saluda a su manera: un grupo de renos atraviesa con parsimonia la carretera mientras los conductores se resignan. No hay duda, estamos en Hammerfest.
Proporcionamos al taxista la dirección del apartamento que Line tenía asignado por el hospital, el trayecto fue corto. Tan corto como unos 400m que resultaron ser los que separaban la casa del aeropuerto -alegría para mí, podía ver desde la ventana los aviones aterrizando y despegando-, tardamos más en cargar y descargar el equipaje que en el desplazamiento.
Desde que me bajé del avión lo primero que hice fue mirar alrededor. Me punzaba la curiosidad por saber cómo sería la Naturaleza tan al Norte, no podía esperar a ponerme las botas y pegarme una buena marcha para investigar los alrededores. A simple vista y a esas alturas del año todo era de un verde exuberante. Pero ni un sólo árbol a la vista. El aeropuerto y el área donde íbamos a vivir estaban enclavados en un valle rodeado de pequeñas montañas, sin más vegetación que la que crece a pocos centímetros del suelo.
Lo que me vino inmediatamente a la mente al contemplar el paisaje fueron la imagen tradicional de las Highlands escocesas. No me estrañaría ver tanto a William Wallace cómo Connor McLeod correteando por aquí con su falda a cuadros y su espada a la espalda, y yo me uniría encantado. Es el paisaje típico de tapete verde con afloraciones de piedra gris oscuro que contrasta con el gélido azul oscuro del mar dónde, como todos saben, es obligatorio que desemboque todo paisaje de reminiscencias celtas. Si es en un acantilado, mejor. Paisaje muy agreste y ondulado pero no especialmente escarpado, habitualmente sumido en una bruma húmeda de nubes bajas que acarician las lomas más altas. Nubes rotas que permiten pasar rayos de sol para crear islotes de luminosidad sobre las praderas y lluvía de destellos sobre las abundantes lagunas, charcas y riachuelos.
Un paisaje perfecto para el caminante. Y es todo mío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario