El Reino de la Luz: De las Auroras Boreales al Sol de Medianoche

La luz. Esa es la respuesta si alguien me pregunta qué me ha llamado más la atención de vivir tan al Norte, qué es diferente, qué es especial. La luz, tan simple como eso. Creo que la mayoría se siente decepcionada ya que esperan que diga el frío terrible, osos polares andando por la calle o alguna otra cosa fuera de lo común.
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Pero la luz aquí es algo realmente espectacular que cambia el paisaje transformán- dolo hasta extremos oníricos. El brutal cambio de incidencia del sol a lo largo del año, los atardeceres interminables del verano, la atmósfera azul del invierno sin sol, el clima siempre dinámico, siempre en movimiento, las montañas camaleónicas en perpétua permutación de color.... la naturaleza se recrea pintando cuadros efímeros sin descanso. Es un juego de contrastes contínuo entre nubes rotas en formas imposibles, el tapete liso de las aguas del fiordo, la quebrada silueta de la costa y la luz que lo amalgama todo en armonía. Mis fotos hacen poca justicia a tal grandiosidad, pero con que transmitan siquiera un ápice de ella, me doy por satisfecho.

17 OCTUBRE 06: UN DÍA EN LA ISLA

A las 7:30h de la mañana, en esta época del año, aún es noche cerrada en Hammerfest. No se divisa atisbo alguno del alba. El día se inicia desapacible, las ráfagas heladas toman cuerpo bajo la luz de las farolas en la forma de partículas de nieve, oleadas arrítmicas ondean en los conos ámbar. Oasis luminosos en un mundo negro y helado. Ni un alma en la calle.

Dos puntos blancos serpentean en la oscuridad acercándose. El autobús es puntual hoy, no nos hace esperar demasiado en el frío de la madrugada. Las únicas tres personas que estoicamente aguardábamos en la parada subimos apresuradamente agradeciendo el refugio que proporciona el autocar. En la cálida penumbra del interior sólo se divisa un pasajero, la radio canturrea a muy bajo volumen, la calefacción está al máximo, es casi imposible evitar una cabezada en este ambiente adormecedor.

Pero no hay tiempo para mucho, en menos de quince minutos y tras una sóla parada nos aproximamos a las puertas de Melkøya. En la oscuridad del mar se ven las luces de la isla. Con su intrincrada red de estructuras parece una futurista ciudad flotante digna de "La Guerra de las Galaxias".

Llegamos al control de seguridad. A la izquierda de la caseta de dos pisos está el acceso de vehículos dónde el autobus se para. Nos apeamos y el frío vuelve a recibirnos. El viento arrastra algunos copos. Nos dirígimos a la derecha de la caseta donde está el acceso de personal, todo está iluminado por grandes focos blancos. Pasamos nuestra tarjeta magnética por el lector y una puerta giratoria de barrotes metálicos nos franquea el paso a través de la cerca. Este puesto de guardia y su perimetro cercado es como una cabeza de playa de Melkøya en tierra firme, una avanzadilla. Al otro lado nos espera de nuevo el autobús, y de nuevo subimos agradeciendo la protección.

El autobus avanza unos doscientos metros y se sumerge en la boca negra de un túnel que bajo el lecho marino nos llevará a la isla. Al traspasar el umbral del túnel no puedo evitar acordarme de "Parque Jurásico" cuando el coche de los protagonistas pasa bajo las grandes puertas. Aquí también se trata de una isla, alta tecnológia y grandes medidas de seguridad.



Al otro lado lo primero que nos encontramos es el gran edificio de recepción. La cara visible y aseada de Melk
øya. Después el autobús desciende hacia la planta industrial propiamente dicha que aún es de acceso no restringido, en breve entrará en funcionamiento y se aislará del resto del complejo. Através de la ventanilla vemos que el viento es mucho más terrible aquí en la isla -desamparada en medio del mar- que en tierra. La nieve se convierte en gotas de agua al contacto con el cristal.

Pasamos bajo la enrevesada bóveda de tuberias y cables de la planta y llegamos a los barracones del otro lado, en el extremo sur de la isla, donde están las oficinas que controlan los últimos trabajos de construcción. Están emplazados al pie de un acantilado artificial excavado en la roca. Impresionantes paredes verticales de más de 50 metros que se encuentran en ángulo recto formando una esquina de proporciones ciclópeas. Una gigantesca escombrera, restos del fabuloso trabajo, aún se amontona en el emplazamiento y grandes máquinas trabajan sin descanso para retirarla. Aquí nos apeamos.

Todavía está oscuro. Este rincón de la isla es inhóspito a más no poder. El paredón de piedra resulta negro y amenazador a esta intempestiva hora sumando tenebrismo a la escena. Sin resguardo alguno, con el mar a doscientos metros el viento golpea con furia rugiendo y arremolinándose al chocar con la pared. Las inmensas máquinas no son más que sombras amorfas, algunos puntos de luz rojos y dos grandes haces blancos que dibujan líneas rectas en la nieve que cae horizontal. Su estruendo compite con el bramido del viento. Imposible adivinar presencia humana en el interior de esos dinosaurios metálicos. Hay dos o tres torres metálicas con focos en el centro del emplazamiento, pero la luz blanco azulada es insuficiente y sólo aporta sombras que incrementan la oscuridad reinante.

El escenario es totalmente inhumano. Parece otro planeta, quizá una de esas colonias mineras donde los replicantes eran esclavizados, o tal vez en aquella en la que Ripley se las veía con el Alien.

Pero no, es la tierra: la planta de procesado de gas naural del proyecto Sn
øhvit en la isla de Melkøya, Hammerfest, en el Mar de Barents. Y es Octubre.