El Reino de la Luz: De las Auroras Boreales al Sol de Medianoche

La luz. Esa es la respuesta si alguien me pregunta qué me ha llamado más la atención de vivir tan al Norte, qué es diferente, qué es especial. La luz, tan simple como eso. Creo que la mayoría se siente decepcionada ya que esperan que diga el frío terrible, osos polares andando por la calle o alguna otra cosa fuera de lo común.
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Pero la luz aquí es algo realmente espectacular que cambia el paisaje transformán- dolo hasta extremos oníricos. El brutal cambio de incidencia del sol a lo largo del año, los atardeceres interminables del verano, la atmósfera azul del invierno sin sol, el clima siempre dinámico, siempre en movimiento, las montañas camaleónicas en perpétua permutación de color.... la naturaleza se recrea pintando cuadros efímeros sin descanso. Es un juego de contrastes contínuo entre nubes rotas en formas imposibles, el tapete liso de las aguas del fiordo, la quebrada silueta de la costa y la luz que lo amalgama todo en armonía. Mis fotos hacen poca justicia a tal grandiosidad, pero con que transmitan siquiera un ápice de ella, me doy por satisfecho.

12 SEPTIEMBRE 06: LOS DOMINIOS DEL VIENTO

Las palabras "Círculo Polar Ártico" inmediatamente se asocian en nuestra mente con clima atroz, lucha del hombre contra los elementos, un individuo avanzando inclinado contra el viento y la nieve, con carámbanos en las barbas, cubierto hasta las rodillas y rodeado de una nada blanca y helada.

Sin embargo el clima en Hammerfest está lejos de ser extremo... la mayor parte del tiempo al menos. Los omnipresentes efectos de la Corriente del Golfo transportan a la ciudad -climatológicamente hablando- a latitudes mucho más meridionales. El clima no es violento, tiende más bien a una dulzura melancólica: la lluvia cae suavemente, casi sin calar, no hay aguaceros torrenciales, el cielo no se cubre sombrío de horizonte a horizonte, el manto de nubes siempre está roto y permite al sol participar en el juego a menudo, no hay truenos ni relámpagos, no hay bombardeo de granizo... el tiempo es benévolo. Hasta que despierta el viento.

Su majestad el viento. En esta isla de superficie pelada nada se le opone cuando sale a recorrer su señorío. Cuando las incursiones de indómito aire polar que la Corriente no es capaz de contener imponen su ley, la realidad remota de este rincón del planeta se revela en toda su potencia: la gravedad ya no es factor para la trayectoria de la lluvia, las nevadas se convierten en paredes sólidas, el frío se vuelve arma blanca. Es entonces cuando aparece el inconfundible aullido de la tundra, ese canto lúgubre pero terriblemente evocador que nos recuerda dónde estamos.

Hoy ha despertado el viento.

Por primera vez desde nuestra llegada al despertar esta mañana he escuchado el ulular, siento que este es el momento de mi verdadera llegada a Hamerfest, al Círculo. Al mirar fuera desde mi ventana he comprobado que el verano se ha desvanecido. ¿Cuándo han cambiado los colores? ¿Cuándo ha pasado el paisaje del verde al ocre?. No hace apenas dos semanas que subimos a Storfjell bronceándonos al sol. Esto requiere una comprobación in situ.

Eco y yo salimos a última hora de la mañana. Eco cambia cada día. Su pelaje se vuelve más oscuro y aumenta de tamaño a ojos vista. Pero no todo se cuerpo crece al unísono, las orejas se han adelantado al resto. También ha dejado atrás sus reticencias a alejarse de la casa y trota sin preocupaciones a mi alrededor dónde quiera que vaya.


Tomamos el camino que asciende por detrás de la casa. Sube ostensiblemente hacia el oeste por unos cientos de metros y después gira hacia el sur para cruzar la cerca de los renos y recorrer una amplia y muy ondulada pradera hasta un campo de tiro al plato emplazado al pie de una cresta. Nosotros no seguimos la pista hasta el final sino que nos salimos campo a través en dirección sureste y empezamos a subir de nuevo. El monte asciende de forma escalonada y de nuevo llegamos a una zona plana, esta vez con una laguna. Nos damos un respiro para mirar hacia el mar.


Empezamos a crestear en dirección Este. Præria se extiende a nuestros pies, a la izquierda de nuestra senda.


A medida que avanzamos y ascendemos los colores otoñales se hacen más ostensibles.


La fuerza del viento se multiplica con cada paso que ascendemos. Eco empieza a protestar asustado con la violencia del vendaval. La cubierta de nubes, rota y resquebrajada, se desplaza con rapidez a no mucha distancia de mi cabeza dando una increíble sensación de velocidad. Por los huecos se cuelan rayos de sol y los claroscuros intercambian posiciones de forma vertiginosa.

El sonido del viento es atronador en mis oídos. La ropa ondea con un pulso desbocado y rítmico, las lágrimas provocadas por el aire nacen ya con vocación horizontal. Cara al poderoso viento del Oeste, con el océano a mis pies y el cielo desplazándose a alucinante velocidad, veo columnas de lluvia desplazarse en la distancia, sobre el mar, engullendo a bocados las formas del paisaje... ruido, frío, olores... todos los sentidos están saturados por este despliegue de poder de la Naturaleza y una sensación eléctrica me recorre de pies a cabeza.




Eco no comparte mi entusiasmo. Todavía no han llegado los tiempos en los que será un poderoso perro de trineo indiferente a los elementos. De momento nos es más que un cachorro asustado por la inclemencia de la intemperie y gimotea rogando que nos volvamos así que iniciamos el descenso.

Hemos conocido al soberano de la tundra.