El Reino de la Luz: De las Auroras Boreales al Sol de Medianoche

La luz. Esa es la respuesta si alguien me pregunta qué me ha llamado más la atención de vivir tan al Norte, qué es diferente, qué es especial. La luz, tan simple como eso. Creo que la mayoría se siente decepcionada ya que esperan que diga el frío terrible, osos polares andando por la calle o alguna otra cosa fuera de lo común.
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Pero la luz aquí es algo realmente espectacular que cambia el paisaje transformán- dolo hasta extremos oníricos. El brutal cambio de incidencia del sol a lo largo del año, los atardeceres interminables del verano, la atmósfera azul del invierno sin sol, el clima siempre dinámico, siempre en movimiento, las montañas camaleónicas en perpétua permutación de color.... la naturaleza se recrea pintando cuadros efímeros sin descanso. Es un juego de contrastes contínuo entre nubes rotas en formas imposibles, el tapete liso de las aguas del fiordo, la quebrada silueta de la costa y la luz que lo amalgama todo en armonía. Mis fotos hacen poca justicia a tal grandiosidad, pero con que transmitan siquiera un ápice de ella, me doy por satisfecho.

6 AGOSTO 2006. 70ºNORTE

70º y 39´ para ser más exactos. Ésa es la latitud de Hammerfest, la ciudad más septentrional del mundo. Hay otras tres poblaciones de menor entidad en Noruega y en Alaska que le intentan disputar el título, pero Hammerfest es la única que supera los 5.000 habitantes (de hecho tiene más de 10.000) de modo que los "Hammerfestanos arguyen que la suya es la única población de entre las contendientes que puede atribuirse la denominación de ciudad. Yo, "Hammerfestano" de adopción, les apoyo y así de camino puedo presumir de habitar "La Ciudad más Septentrional del Mundo"

En cualquier caso estamos bien entrados en el Círculo Polar Ártico y eso no lo discute nadie, el Polo Norte queda a cosa de 2.000km, en dirección Norte claro. Nadie lo diría. Nada de nieves eternas ni similares. La cálida Corriente del Golfo golpea de lleno a Noruega desde el sur y le proporciona un clima más templado del que le correspondería por su latitud.

Line y yo llegamos en un luminoso día de verano, con una temperatura realmente agradable. Nada más poner los pies al otro lado de la puerta de cristal del aeropuerto Hammerfest nos saluda a su manera: un grupo de renos atraviesa con parsimonia la carretera mientras los conductores se resignan. No hay duda, estamos en Hammerfest.

Proporcionamos al taxista la dirección del apartamento que Line tenía asignado por el hospital, el trayecto fue corto. Tan corto como unos 400m que resultaron ser los que separaban la casa del aeropuerto -alegría para mí, podía ver desde la ventana los aviones aterrizando y despegando-, tardamos más en cargar y descargar el equipaje que en el desplazamiento.

Desde que me bajé del avión lo primero que hice fue
mirar alrededor. Me punzaba la curiosidad por saber cómo sería la Naturaleza tan al Norte, no podía esperar a ponerme las botas y pegarme una buena marcha para investigar los alrededores. A simple vista y a esas alturas del año todo era de un verde exuberante. Pero ni un sólo árbol a la vista. El aeropuerto y el área donde íbamos a vivir estaban enclavados en un valle rodeado de pequeñas montañas, sin más vegetación que la que crece a pocos centímetros del suelo.

Lo que me vino inmediatamente a la mente al contemplar el paisaje fueron la imagen tradicional de las Highlands escocesas. No me estrañaría ver tanto a William Wallace cómo Connor McLeod correteando por aquí con su falda a cuadros y su espada a la espalda, y yo me uniría encantado. Es el paisaje típico de tapete verde con afloraciones de piedra gris oscuro que contrasta con el gélido azul oscuro del mar dónde, como todos saben, es obligatorio que desemboque todo paisaje de reminiscencias celtas. Si es en un acantilado, mejor. Paisaje muy agreste y ondulado pero no especialmente escarpado, habitualmente sumido en una bruma húmeda de nubes bajas que acarician las lomas más altas. Nubes rotas que permiten pasar rayos de sol para crear islotes de luminosidad sobre las praderas y lluvía de destellos sobre las abundantes lagunas, charcas y riachuelos.

Un paisaje perfecto para el caminante. Y es todo mío.


3 AGOSTO 2006. ATERRIZANDO

¿Cómo se llega a Hammerfest? Dos horas de avión desde Oslo hasta Tromso. En Tromso cambiamos el reactor por un precioso turbohélice bimotor Dash 8-100 que en 45 minutos nos lleva a Hammerfest. El Dash-8 es un avión preparado para pistas muy cortas así que el aeropuerto de Hammerfest no debe ser muy grande. Por supuesto no pierdo la oportunidad de colarme en la cabina, gracias a Dios la psicosis del terrorismo no llega hasta estos remotos lares. Los pilotos me informan que la senda de aterrizaje que ejecutan es de 6º ¡El doble de lo normal! Hoy es un precioso y luminoso día de verano ártico pero pienso lo que debe ser aterrizar en pleno invierno con ventisca y baja visibilidad. El piloto me comenta que lo peor de este aeropuerto es el viento cruzado. Yo mismo tendría la oportunidad pocos meses más tarde de ser testigo de las proezas y los momentos apurados que viven los pilotos durante la estación climatológicamente más dura.
Efectivamente el aeropuerto de Hammerfest es pequeño. De hecho, más que un aeropuerto es un portaviones. Por un extremo la pista acaba en rampa -como nuestro Príncipe de Asturias- y desemboca en un cortado vertical de varias decenas de metros de caída hasta el mar. O vuelas o nadas. Por el otro lado la pista da a la ladera de la montaña. O subes rápido o te estampas. En el lateral Norte de la pista hay una montaña, Storfjell, que se levanta unos 200 ó 300 metros sobre el nivel del aeropuerto. Su principal función es provocar turbulencias sobre los aviones que operan aquí -que no son muchos- y aterrorizar a los compugidos pasajeros. Nunca es aburrido despegar desde Hammerfest.

Como no podía ser de otro modo en mí, no he podido evitar el empezar hablando de aviones -mi gran pasión- antes que ninguna otra cosa. Pero ¿qué hace un Jerezano, habitante del extremo Sur de Europa, en la la Laponia Noruega, a pocos kilómetros del extremo Norte del continente?. Se puede decir que todo empezó hace cinco años, cuando conocí el sueño ibérico por excelencia: una preciosa nórdica. Los detalles son otra historia para otro momento... el caso es que desde entonces he visitado Noruega con cierta periodicidad e incluso estuve un año en Trondheim con una beca de la universidad. Al acabar la carrera permanecí un año en España trabajando y esperando a que Line -mi noruega- acabase sus estudios. Para entonces ya tenía muy claro que quería cambiar de aires y mudarme a Noruega por tiempo indefinido.


Lo que no sabíamos es adonde. Acabados sus estudios de Fisioterapia, Line sería destinada como interina -turnus en noruego- a alguna ciudad. Tendría cierta capacidad de elección dependiendo de su posición en un orden determinado por sorteo. En cualquier caso siempre a una pequeña ciudad, presumiblemente perdida y remota. Y ya puesto a elegir entre opciones remotas, ¿por qué no la más remota? Hammerfest, la ciudad más austral del mundo, 10.000 habitantes, Cabo Norte, Círculo Polar Ártico, Mar de Barents. ¿quién se puede resistir a esos nombre que evocan exotismo, lejanía, extremos, aventura....? yo no. Aunque sospecho que Line hubiera tenido menos problemas para resistirse y no hubiera tenido objeciones para aceptar una ciudad menos hemm... evocadora.

Hammerfest, aquí estamos.