El Reino de la Luz: De las Auroras Boreales al Sol de Medianoche

La luz. Esa es la respuesta si alguien me pregunta qué me ha llamado más la atención de vivir tan al Norte, qué es diferente, qué es especial. La luz, tan simple como eso. Creo que la mayoría se siente decepcionada ya que esperan que diga el frío terrible, osos polares andando por la calle o alguna otra cosa fuera de lo común.
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Pero la luz aquí es algo realmente espectacular que cambia el paisaje transformán- dolo hasta extremos oníricos. El brutal cambio de incidencia del sol a lo largo del año, los atardeceres interminables del verano, la atmósfera azul del invierno sin sol, el clima siempre dinámico, siempre en movimiento, las montañas camaleónicas en perpétua permutación de color.... la naturaleza se recrea pintando cuadros efímeros sin descanso. Es un juego de contrastes contínuo entre nubes rotas en formas imposibles, el tapete liso de las aguas del fiordo, la quebrada silueta de la costa y la luz que lo amalgama todo en armonía. Mis fotos hacen poca justicia a tal grandiosidad, pero con que transmitan siquiera un ápice de ella, me doy por satisfecho.

10 SEPTIEMBRE 06: LA ISLA DE LA LECHE


El toponimio Melkøya significa "isla de la leche" o "isla de leche". El nombre no podría haber sido más apropiado ya que Melkøya es la teta a la que Hammerfest
se aferra con la fime intención de succionar hasta la última gota.

Melkøya ha venido a rescatar Hammerfest de su anodino futuro y de la lenta pero implacable decadencia en la que andaba sumida. En este minúsculo pedazo de roca que aflora sobre el mar a media centena de metros de la costa se ha instalado la estación procesadora del proyecto Snøhvit, trayendo con ella un inmenso caudal de riqueza.

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La historia se remonta a los años 80s, cuando se descubrieron unos inmensos campos de gas bajo el lecho marino del Mar de Barents en la plataforma continental noruega y a
unos 250 metros bajo el agua. La tecnología existente en el momento no permitía su explotación -ya que no era capaz de solventar las inmensas dificultades técnicas que implicaba la extracción- pero nunca se les quitó el ojo de encima.


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A principios del siglo XXI ya existía un proyecto, Snøhvit, que pretendía extraer el preciado gas mediante instalaciones robóticas autónomas depositadas en el lecho marino y sin instalación alguna en la superficie. Una tubería de 143 kilómetros llevaría el gas hasta Hammerfest donde se emplazaría la planta de licuefacción de gas y se cargarían los barcos que llevarían el gas natural a EE.UU y España. Se trataba de una experiencia absolutamente pionera. Sin comerlo ni beberlo la pequeña y olvidada Hammerfest se situaba en el centro del mapa tecnológico mundial y su nombre resonaba entre cifras millonarias de metros cúbicos de gas... y de dólares.


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Y a los habitantes de Hammerfest les tocó el gordo. Los petrodólares (gasocoronas en esta ocasión) empezaron a fluir. Statoil, la petrolera estatal de Noruega, alquiló la isla de Melkøya para construir la planta de tratamiento. La demanda de mano de obra para la faraónica construcción invirtió la invariable curva demográfica descendente. Repentinamente no había bastantes viviendas en la ciudad, se empezó a construir compulsivamente, el precio del metro cuadrado competía con Oslo y se vendía sobre plano. Todo el que tenía un sótano o garaje se hacía de oro alquilándolo. La población se lavaba la cara, rejuvencía. Los colegios se equipaban a la última. La ciudad se volvió cosmopolita ya que Melkøya trajo trabajadores de todos los rincones del globo. El cambio es perceptible hoy en día. Junto a los desvencijados edificios viejos que esperan su turno para ser remozados -o demolidos- se levantan nuevas viviendas con trazos de aequitectura moderna, madera, acero y cristal.

Ahora Hammerfest vive y respira para Melkøya. Y así lo hará por los próximos treinta años, cuando se preveé que se agote el yacimiento. Sin duda ha sido una bendición para una ciudad que estaba condenada al ostracismo sin la pujanza portuaria de antaño. También para mí, ya que la isla va a ser mi fuente de ingresos durante el tiempo que dure mi estancia. Pero abrirle la puerta de tu casa a una petrolera tiene sus riesgos. Y aunque Statoil es Greenpeace comparada con despiadados monstruos devora todo como Halliburton, no deja de ser una petrolera.

Quizás el paraíso ha firmado su propia sentencia.